jueves, 9 de octubre de 2014

Nos vemos en el infierno



No puedo dormir.
No me lo repitas más. Tus palabras me están inundando la puta cabeza de contradicciones que ya conozco porque cada cinco segundos se regeneran por la espiral infinita de la repetición de contenidos. Ahora de tu boca. Ahora de la mía. 

Me cago en dios, la puta televisión del piso de arriba me está volviendo loca. No tengo suficiente con aguantar mis putos pensamientos y tus palabras cargadas de dolorosa verdad sobre mi decadente existencia que tengo que sufrir el maldito bombardeo al que nos están sometiendo. Cada vez que veo un anuncio me dan ganas de vomitar o de reírme. ¿En serio os dan ganas de comprar con esa absurda mierda de mensajes directos y subliminales que se nos clavan a todos en el subconsciente?

-Ven, joder. Eres lo único que me hace escaparme de esta espiral de destrucción en la que han convertido nuestras vidas. A pesar de que no te callas nunca…

Cierro los ojos, te agarro la cresta y calculo las distancias con una exactitud perfecta para enchufarme el cigarro mientras te coloco la cabeza entre mis piernas abiertas. Ahora han finalizado los reproches, tienes la lengua metida dentro de mi coño, rozando eso que te pone tan cachondo… mi clítoris… deslizo mis manos por todo tu precioso e imperfecto cuerpo (somos preciosos, es la sociedad la que es una puta mierda) sintiendo el tacto de tu fría piel que me pone tan cachonda. Empiezo a restregarme entera contra tu cuerpo, con cuidado de que tu lengua jamás se separe de mis labios… los de abajo, claro…

-Va, también te mereces un poco de placer. Vamos a hacerlo a la vez.

Te bajo las mallas y se queda al descubierto tu polla enorme y dura. Me tomo unos segundos para mirarte a los ojos; tras eso, me concentro en deslizar suavemente mi lengua por la punta de tu polla… hasta que voy introduciéndomela en la boca hasta tragármela entera. Creo que un día de chupártela tanto te la voy a partir… pero jamás me canso… me encanta atragantarme con ella…

Así  gozamos y sufrimos nuestras miserables vidas. Intentando no vislumbrar ni un destello de realidad. Pero cuando no estamos follando, continúan tus palabras y mis pensamientos. Es como una obra de teatro y cada escena es un remordimiento nuevo, interrumpido por la salida de los personajes y los absurdos aplausos que a nadie le importan.

-  Ya sé que tengo que hacer algo. Cada vez soy más consciente y menos al mismo tiempo. 

Me encantan sus ojos azules inexpresivos. Me tiraría la puta vida así, dando vueltas en la cama entre polvo y polvo, entre lengüetazos y arañazos. Entre tu semen reseco…

Sigo dando saltos encima de ti, con tu polla metida dentro de mi cuerpo, sintiendo cómo entra y sale mientras te araño todo el cuerpo. Me encanta el dolor; aunque follando no debería denominarse así, ya que cuando entras en un  nivel concreto de placer,  todo dolor se transforma en más placer, generando otra espiral infinita, pero ésta realmente me vuelve loca…
Me agarro las tetas y sigo saltando, cada vez más fuerte, sintiendo la carga en mis músculos, sintiendo como la oleada de placer que se extiende desde mi centro de gravedad, mi clítoris, hasta los extremos de mi cuerpo es inminente… mmmmm grito como una perra y te agarro la cabeza con todas mis putas fuerzas hasta que me quedo sin fuerzas para gemir más.


De repente la puta casera entra en la habitación. Malditos caseros bastardos, se limitan a pasar una vez al mes por un asqueroso piso con el que lleva especulando una eternidad para cobrar. Y se piran. Pero esta vez, no se piró.
Lleva semanas llamándome al móvil. No contesto, lógicamente. Al final la muy hija de puta ha entrado en la casa y, acto seguido, en mi habitación, guiada por mis gemidos. No escuché sus golpes en la puerta porque estaba demasiado ocupada restregándome contigo.
Fue una sensación muy rara. De repente lo vi todo. Tú estás muerto. Te maté yo ahogándote mientras te follaba. Y ahora podía hacer todo lo que me diera la gana con tu precioso y pestilente cuerpo que la gata se está comiendo día tras día y con el que yo me satisfago sexualmente.
No eran tus palabras. No existía espiral infinita de repetición de contenidos formada por tus palabras y mis pensamientos. Era yo. Era mi puta cabeza diciéndome que tenía que deshacerme de tu cadáver antes de que ocurriera esto.

Ahora la gata vive con mi madre mientras yo me pudro en este psiquiátrico. Le prendí fuego a nuestra casa y a tu cuerpo. Pero, mi amor, no sufras porque voy a matarme ahora mismo y estaremos juntos. Te estrangulé y ahora esta soga hará lo mismo conmigo.

Nos vemos en el infierno.

viernes, 3 de enero de 2014

NOCHE POLAR – Morti Destrucción y Vidal Dosis.

La noche polar es un fenómeno que afecta a zonas situadas en una latitud concreta, cercana a los polos del planeta. Así, hay seis meses durante los que el sol brilla, y otros seis en los que la oscura noche lo devora todo. El concepto de vida en estos lugares es bastante diferente al que podamos tener nosotros, horrorizándonos la idea de estar seis meses sin ver el sol, y lo que ello puede desencadenar…

Susan odiaba los ojos azules. A sus diez años, ya había experimentado la crueldad del racismo que imperaba entre los seres que le rodeaban. Su piel negra le había hecho sentirse infrahumana desde el primer día que puso el pie en el colegio; tenía fobia al pelo pajizo y a los ojos claros, que tanto le recordaban a las torturas que tenía que sufrir por parte de sus compañeros, que solían partirle los dientes y arrancarle todo el pelo de la cabeza a tirones hasta hacerle sangre, quedando Susan con la cabeza llena de costras, hecho que incrementaba aun más las burlas de sus compañeros, que lucían una sonrisa de oreja a oreja cada vez que contemplaban el resultado de sus torturas.


Una mañana, Susan salía del colegio, durante la época en la que la noche polar reinaba. Amaba este período; ese frío intenso y esa oscuridad reinante hacían que pasara desapercibida, ya que la oscuridad era el estado normal de las cosas, similar a la oscuridad de su piel. Era consciente de su creciente tendencia psicoasesina, que se veía incrementada cada vez que las sombras llegaban: eran sus aliadas.Pero esos malditos ojos azules de las otras personas inundaban la cabeza de Susan de ideas homicidas. En la oscuridad, parecía que brillaban…


Una vez había regresado a su casa, intentó, sin éxito como desde hace años que se venía sucediendo esto, que su tío, la única persona con la que la niña vivía, escuchara sus llantos y súplicas por las torturas que se veía obligada a experimentar. Su tío la ignoraba hasta el punto de ni mirarla; no le inmutaban lo más mínimo las costras que cubrían la cabeza de Susan, ni los moratones, ni la sangre que salía de sus dientes partidos… únicamente tenía ojos para su ballesta. Su tío compartía este hobby por disparar con un grupo de aficionados, con los que se reunía todos los viernes por la noche. Por toda la casa, se esparcían revistas sobre ello, donde se especificaba con todo detalle los tipos de ballestas y sus formas de uso.

Susan volvía a subir a su cuarto con la cara cubierta de lágrimas, despellejándose los brazos con las uñas a causa de la ansiedad que le producía esta situación. Como venía haciendo desde hace años, sacó de su mochila un par de velas negras y las encendió. Se sentía identificada con ellas; no le gustaba la luz eléctrica, por lo que no tenía en su habitación, y las velas eran su manera de alumbrarse. Susan, consolándose entre la tenue luz, pensaba en su desgraciada vida. No sabía quiénes eran sus padres; no sabía nada más del resto de su familia, si estaban muertos, si la habían abandonado… sólo sabía que vivía con el hijo de puta de su tío que jamás le había dirigido la palabra. Además, su tío también era blanco con ojos azules, y Susan sabía que el también pensaba que ella se merecía las torturas que sus compañeros protagonizaban.

Una noche, una persona pretendió entrar en la casa donde vivían Susan y su tío. Mientras intentaba forzar la puerta, Susan escuchó ruidos dentro de la casa. Asomó la cabecita por la rendija de la puerta de su habitación y vio cómo su tío cogía la ballesta, apuntaba al intruso y le atravesaba la cabeza. Con el corazón a mil por hora, Susan cerró la puerta, volvió a su cama y miles de pensamientos le inundaron el cerebro.
Desde ese día, Susan comenzó a interesarse por las reuniones de su tío con sus compañeros de hobby. Escuchaba con la oreja pegada a la puerta del salón, todas las conversaciones. Hasta que escuchó una que le abrió las puertas para realizar aquello que marcaría el resto de su vida…El más mayor de los participantes de la reunión hablaba sobre su almacén. En el garaje de su casa tenía todas las ballestas que había acumulado durante su suntuosa y rica vida. Vivía solo, a cuatro manzanas de la casa de Susan. 

Tras esperar a que finalizara la reunión, Susan comenzó a seguir al hombre mayor, que estaba abstraído de la realidad gracias a todos los whiskys que llevaba dentro del cuerpo y la farlopa que tanto le gustaba a él y al resto del grupo de aficionados. Antes de irse a la cama, solía abrir el garaje y permanecer un largo rato contemplando su colección, ya que era lo único que le quedaba en la vida. Susan, sin haber trazado ningún plan y dejándose llevar solamente por la emoción y los impulsos, se colocó detrás del hombre y, aprovechando el embelesamiento del mismo con sus ballestas, se deslizó por un lateral, hacia dentro del garaje. Como previamente había memorizado todos los tipos de ballestas y sus formas de uso, gracias a las revistas que su tío tenía por toda la casa, se acercó a la mejor de ellas, la que contaba con mayor precisión de tiro. Sin ser consciente del peligro que estaba corriendo, la acarició lentamente. La oscuridad de su piel la había camuflado durante todo ese tiempo, pero al acercar la mano a la ballesta, el hombre la descubrió, sorprendido, sin saber cómo reaccionar. En ninguno de los casos pensaría que una niña de diez años podría hacerle daño…. 
Pero repentinamente, y sin ser aún consciente de sus actos, Susan cogió la ballesta, apuntó al hombre y disparó. Le hizo un boquete en el pecho, dejándolo muerto, tirado en el suelo. Salió corriendo hacia su casa, recorrió las cuatro manzanas y se metió en su habitación por una de las ventanas laterales de la casa. Su tío ya estaba durmiendo. No se había enterado de nada. Susan no pudo dormir esa noche, tenía la cabeza inundada de ideas vengativas y justicieras. Por fin podría devolver todo el daño que venía sufriendo desde pequeña, teniendo a la noche polar como aliada.

Susan continuó yendo al colegio pero su mirada había cambiado. Ya no tenía miedo de las torturas y burlas de sus compañeros. Ahora, sonreía: ya casi ni sentía el dolor que éstas le causaban. Aguantaba pacientemente todas ellas, siendo consciente de que para lo único que le serviría sería para incrementar sus retorcidos pensamientos de venganza.

Esa semana, fue invitada a un cumpleaños. La madre de uno de los niños que la torturaban contaba con todos los compañeros para el cumpleaños, incluída ella. No tenía el más minimo interés en asistir, pero, la noche anterior, en su habitación, lo pensó mejor y llegó a la conclusión de que se darían las condiciones idóneas para comenzar.Se puso su traje más bonito y en su mochila escondió la ballesta. Cuando entró en la casa, halló una gran cantidad de asistentes, entre adultos y niños, por lo que no llamó la atención. Actuó de manera discreta, sin desentonar, durante un par de horas, hasta que vio al niño del cumpleaños ir a por un vaso de agua a la cocina. Silenciosamente, le siguió, sin que nadie la viera, encontrándose cara a cara con el niño al entrar en la cocina.
-¿Qué haces aquí?-Dijo éste-Creo que lo mejor es que te vayas a tu casa, ¿No te das cuenta de que no eres como nosotros?
Sin mediar palabra, Susan sacó su ballesta y le disparó, atravesando su cuello. El niño cayó de espaldas al suelo, manchando de sangre la moqueta.Sin embargo, no le pareció que esto vengara todo su sufrimiento. Necesitaba, aunque ya estuviera muerto, humillar el cuerpo de aquel niño de pelo pajizo que tantas burlas había protagonizado. Miro a su alrededor, vislumbrando la cuchara de helado que la madre del niño había utilizado para servir a los asistentes de la fiesta. Sin pensarlo, la agarró con fuerza, se acercó a él lentamente, se puso de rodillas junto a su cabeza y, mientras sonreía, le sacó los ojos, esos ojos claros que tantas diferencias marcaba entre ella y el resto. Y entonces, le vino a la cabeza el par de velas negras que siempre llevaba: con ellas rellenó el espacio vació que habían dejado los ojos del niño en las concavidades de su cara. Se puso de puntillas para alcanzar la caja de cerillas que había en la estantería de la cocina, y encendió las velas, iluminando el rostro del niño muerto.Guardó los ojos en un tarro de aceitunas vacío que había en la mesa, y lo metió en la mochila.
 Rápidamente, salió de la cocina y se unió al grupo que se encontraba fuera. Después de media hora, se despidió cordialmente de la madre del niño muerto, y tras darle las gracias, se fue a su casa.

Al día siguiente, la noticia conmovió a toda la comunidad. En el colegio no se hablaba de otra cosa: “Tras una hora sin verle, fuimos, preocupados, a buscarle por la casa. Había mucha gente y no sabíamos dónde podía haberse metido, hasta que recordamos que lo último que había dicho era que iba a por un vaso de agua. Llegamos a la cocina y lo encontramos muerto, con el cuello agujereado y velas negras encendidas en vez de ojos”.Todos lloraban, y Susan actuó para parecer afectada, aunque por dentro se retorcía de placer. Por fin, estaba comenzando a hacerse justicia...


                          ·                                     ·                                       ·    

Tele-polo norte: El parte de las tres.
Una serie de extraños asesinatos se vienen sucediendo desde hace dos meses en la comunidad. Todos siguen el mismo patrón: las víctimas aparecen tumbadas, sobre el suelo o sobre la cama, con el cuello atravesado por un disparo de ballesta y sin ojos, con dos velas encendidas en las concavidades. No sabemos nada del asesino, pero todos los asesinatos han sido efectuados contra personas de ojos azules y pelo pajizo.”   
                 
Ésto es lo que escuchaba Susan desde su cuarto, cuando su tío veía las noticias.Pasados varios años desde la primera víctima, en la comunidad se extendía un sentimiento de psicosis, ya que el 80% de los habitantes coincidían con los rasgos de las víctimas. Ya ni siquiera los acosadores tenían fuerza para continuar sus torturas y burlas, preocupados por los que ya no estaban.

Susan mataba de disparos certeros con su ballesta atravesando la nuez, y con una cuchara de helados arrancaba los ojos de cuajo, introduciendo velas negras en las concavidades. Esa era su firma, y así habían aparecido más de una centena de cadáveres.
En el pueblo se impuso el toque de queda. Los vecinos tenían temor de salir a la calle, sospechando de todo el mundo. Ya nadie estaba seguro en ningún sitio.

Susan contemplaba su colección de ojos, guardada meticulosamente como un tesoro en el tarro de aceitunas, oculto bajo la espesa capa de nieve junto al porche de su casa.De pronto, sintió un escalofrío causado por un par de ojos azules clavados en su nuca.Siempre había cuidado de estar a solas para observar su colección. Durante largos años había sido meticulosa en todos los detalles, pero el placer que le causaba tener entre sus manos todos aquellos ojos le había hecho dejarse llevar demasiado por sus impulsos y no poder controlarse. Cada vez era mayor; cada vez pasaba más horas de sus oscuros días mirándolos y pensando cuál iba a ser su triunfante final.
Sintió el vaho de su aliento rozándole; era su tío. Su cara no tenía expresión alguna; la fría y clara mirada le quemaba como si fuera fuego. Susan giró la cara, sonrió mirandole a los ojos, esos ojos que sabía que iban a ser el tesoro más preciado de su colección.

-Susan, tengo algo que decirte sobre tus padres. Sé que nunca te he hablado de ellos. Eran dos científicos prestigiosos, que trabajaban para el gobierno, tenían un laboratorio subterráneo en un sitio desconocido e investigaban bajo secreto de Estado. El gobierno les encargó un proyecto muy ambicioso, que en principio era sólo una teoría: modificar genéticamente el adn de los embriones para crear seres humanos con la piel blanca completamente. En principio debían investigar la teoría, pero tus padres, ansiosos de crear una persona pálida, completamente blanca, decidieron proyectar la idea sobre su descendencia. Tu padre engendró a tu madre y modificaron tu adn. Pero... al parecer, hubo un problema sobre los químicos que debían intervenir en la pigmentación, y el proceso se invirtió. Cuando saliste del coño de tu madre, ambos te miraron horrorizados. Eras completamente negra. El gobierno se enteró de lo sucedido e impidió que el caso saliera a la luz; semanas después, tus padres desaparecieron.- Susan clavaba su mirada en la de su tío- Yo no quería tenerte, pero la legalidad me obligó a ser tu tutor, al ser tu único pariente. Yo también odio tu piel negra. Me das asco. Llevo años siendo el hazmerreír de mi club de ballesteros.
La chica se abalanzó sobre él y le arrancó los ojos con las manos. Él gritaba. pero seguía vivo, escuchando las risas de su sobrina; se balanceaba entre gritos de dolor, sintiendo sus ojos caer, hundiéndose en la nieve. Susan sacó una flecha de ballesta de su mochila y. con todas sus fuerzas se la clavó en la nuez, salpicándole toda la sangre de su tío ya muerto por la cara.Susan arrastró el cuerpo sin vida por toda la nieve, dejándolo a la vista. Y se fue. Se fue lejos, hasta que se extendió la noticia de que “El asesino de la noche polar” había actuado otra vez.


Días después, Susan lloraba su muerte entre lágrimas de placer junto a los farloperos ballesteros, que no paraban de acosarla e intentar acostarse con ella.

                          ·                                     ·                                       ·   

Teletienda Polo Norte: Anuncios

“Miles de mujeres disfrutan ya de las maravillosas Bolas Chinas Susan: su textura de metal pulido y su interior vibrante, con un sonido delicioso que surge cuando chocan ambos, hacen de este producto un éxito inigualable. Incontables vaginas polares han dado su <Ok> a este revolucionario producto.
-Mujer 1- Creí que, después de que el asesino de la noche polar me arrebatara a mi hijo, jamás volvería a sonreír. Ya ni me planteaba volver a tener orgasmos, mi cuerpo estaba sumido en la tristeza y ningún pene conseguía hacerme disfrutar...- Mujer 2- La verdad es que, desde que he probado este producto, no he vuelto a pensar en mi hijo muerto. Por fin puedo dormir a pierna suelta...- Hombre 1- El Polo Norte ha sufrido una desgracia y un milagro en un período muy corto de tiempo. Si tuviera que elegir entre que ambos hubieran ocurrido, o no hubieran ocurrido, creo que me quedaría con el sí, por el bien de mi ano y mi placer, aunque ello implicara perder a mi hermano...


Susan cerraba con cadenas la puerta de su Sex-Shop, sonriendo mientras miraba hacia la caja, sabiendo que en cada día de trabajo hacía más dinero de lo que podía haber ganado de cualquier otra manera en toda su vida. Entre sus manos, el bolígrafo con el que tachaba los dibujos que unían nombres de víctimas con los nombres de sus respectivos familiares, escritos en su diario. Mucho trabajo le había costado seguir la pista de los parientes de todos los niños que mató durante tantos años, que ahora acudían desesperados y con lágrimas de emoción en los ojos a sentir, sin tener la más remota idea de lo que el producto contenía, los ojos de sus familiares muertos dentro de sus vaginas y anos, en forma de bolas chinas, con el lema: “El secreto está en el interior. Disfruten.”







Sucsi, teká.

lunes, 25 de noviembre de 2013

El traje de vieja que huele a meao

Un viernes cualquiera en Santiago de Compostela

Nos despertamos, como de costumbre, preguntándonos qué había pasado la noche anterior. El licor café y el vino barato del farlopero de la bodega nos pasaban factura desde nuestra llegada a Galicia.
- Vamos a pillar litros, a ver si se nos pasa la resaca…
Bajamos  al autoservicio del hombre al que nunca entendíamos cuando hablaba, que siempre que nos veía de pelotazo quería cobrarnos de más. Subimos al piso y nos encontramos en la cocina con Maruxa, que estaba como todos los viernes con cara de resaca y fumando cigarrillos sin parar apoyada en la mesa.
-Chicos!!! Mirade o que encontrei na miña habita!! –Nos dijo con una cara que denotaba entre risa y un poco de miedo-.
Nos enseñó una mochila que estaba muy reventada, con  restos de pañuelos sucios, tabaco, y un vestido negro de mujer vieja que olía a meado que tiraba para atrás, hecho que satisfizo nuestro afán de disfrazarnos de cualquier cosa absurda.
-¡Jajaja! ¿Pero qué coño? – Dije yo- ¿Cómo ha llegado eso a tu habitación?
- Eu qué carallo sei, se nunca me acordó de nada!
-Achooo  Yoni, ¡póntelo!
 Yoni lo cogió (“Qué peste a meao de vieja!!!”) se lo puso y salió al balcón, y como de costumbre cuando iba borracho, le sacó la polla a los vecinos,  la puntica arrugá que siempre enseñaba por encima de las mayas.
Estuvimos descojonándonos un rato mientras bebíamos cerveza, escuchando Eskorbuto  y poniendo de los nervios a los pobres vecinos, que nunca tenían cojones a decirnos nada.  Al final nos fuimos por ahí de bares y el vestido se quedó tirado dentro de la mochila por el pasillo.
A los cuantos días, un olor intenso a orín putrefacto invadía el ambiente húmedo del piso.  Yoni se rallaba con la caja de mierda del gato, limpiándola varias veces al día y desinfectando el suelo, pero no parecía tener mucho que ver.  Lo dejamos pasar y al cabo de una semana o así, ese olor fétido desapareció, y nos olvidamos del tema.  La vida seguía como de costumbre, con nuestras clases, nuestras  fructuosas visitas al contenedor, nuestras agónicas cuestas, nuestros pelotazos en la querida cocina y nuestras canciones absurdas:
- Uooooooo uoooo las monjas vemos desde la ventana!! uooooooo uoooooo no hay ninguna que no esté gordaa!!!!!! (con la melodía de “Historia triste”).
Es que es verdad, joder. Siempre las vemos trabajar en el enorme huerto que tienen desde la ventana de nuestra habitación, y todas, absolutamente todas, parecen putos toneles. El tiempo que no dedican a follar deben hincharse a comer las hijas de puta, chorreando grasa por las comisuras de la boca y cagando mierdas más grandes que el tronco de un carballo. Nos gustaba que nos miraran escandalizadas desde la ventanita de su puto convento mientras nos comíamos la polla y el coño o follábamos, nos encantaba ver su puta cara de sorprendidas mientras se persignaban una y otra vez.
Una mañana me levanté a cagar y pasaron dos cosas. La primera, cuando fui a tirar de la cadena tras la pedazo de mierda que había echado (las mañaneras son las mejores, y más sin salen después de dos o tres días de festival) no funcionaba. Me cagué en dios, me limpié y salí al balcón a por el cubo de la fregona, para echar agua y que la mierda desapareciera, cerrando la puerta detrás de mí para que no saliera la peste infernal al resto de la casa. Me di la vuelta y antes de salir me miré fijamente al espejo. Sin dejar de mirarme a los ojos, alargué la mano para abrir la puerta, pero el pomo no giraba. Me había quedado encerrada… empecé a agobiarme mogollón, soy muy claustrofóbica, y más cuando los efectos del 2ci todavía existen en mi cabeza… miré al pomo y de repente cobró vida, no podía soltarlo porque me estaba agarrando la mano y se estaba descojonando de mí. Empecé a gritar, a respirar cada vez más rápido, solo quería volver a la cama con mi chico y que se acabara este infierno, y de repente,  Maruxa abrió la puerta desde fuera.
- Tía, qué pasou?
No pude contestarle, salí corriendo hacia la habita y me refugié en los brazos de Yoni, que estaba sobadísimo y susurrando acerca del arroz que hacía su madre con los conejos que mataba su abuelo. Me quedé dormida y me desperté a las trece o catorce horas, cuando escuché un “CRAS” y salí al pasillo y vi a Xose, un colega de Maruxa que solía quedarse en el piso porque tenía que hacer cosas en la ciudad, con la cabeza partida por la mitad y el espejo reciclado que teníamos en la pared roto en mil pedazos en el suelo.
- Me cago en dios… ¿Qué ha pasao tío?
- pasei por aquí, e caeume enrriba...-dijo Xose balbuceando borrachísimo de licor café.
Esto era muy raro. El espejo estaba sujeto por la maceta que decoraba humildemente nuestro pasillo y habíamos pasado por ahí borrachísimos mil veces y jamás se había caído. Me estaba mosqueando ya con las cosas raras, más aún cuando, al salir de nuestra habita que sólo olía a  sexo, me encontré con la peste a meao que volvía a haber por el resto de la casa. Fui a la habita de Maruxa a avisarle de lo que había pasado mientras Yoni acompañaba a Xose al hospital.
- Acha esto no es normal. Qué pasa? No me quiero emparanoyar pero entre la peste a meao, el hecho de que se rompa el pomo de la puerta y la cadena al mismo tiempo, que el espejo se caiga encima del colega… Parece que hay algo que quiere atormentarnos; algo que quiere jodernos la vida y darnos miedo, pero sin hacerlo directamente, sino poco a poco para que no nos demos cuenta y creamos que son simples coincidencias o un producto de nuestra imaginación.
- Eu que sei, tia, faite un porro.

A los tres días, mientras tenía la polla de Yoni en la boca, gimiendo de placer mientras él hacía círculos en mi clítoris con sus dedos, empezamos a escuchar una especie de grito sordo, una especia de llanto que no era un perro, ni un bebé, que no sabíamos de dónde provenía. Parecía escucharse con igual intensidad por toda la casa, pero no era permanente; se escuchaba unas cuantas horas, y luego paraba. Maruxa decía que era un cachorro, pero yo no pensé que un perro pudiese hacer semejante ruido, como si lo estuvieran desgarrando. Un bebé tampoco podía ser.
- Acho es un deficiente mental – dijo Yoni-.
- Jajajaja, ¿Cómo va a ser un deficiente mental?
- Que sí joder, el sonido proviene del piso de arriba. ¿No ves que se tiraron dos semanas sin parar de dar golpes y martillazos, nos tenían hasta los cojones? Estaban construyendo la jaula en la que tienen encerrado al deficiente mental, que tiene la mano permanentemente metida en la boca y por eso el sonido que hace es un grito sordo.
Me partí el culo ante la mirada atónita de Maruxa, que no sabía si reírse o llorar, ponía una cara de susto que flipas. Nos partíamos el culo porque yo no sé qué pijo pasa en nuestro edificio, pero está lleno de chalaos, cada dos por tres subiendo o bajando las escaleras te encuentras con deficientes mentales. Dan ganas de pegarles una patá en la boca.
- Pero el sonido no proviene de arriba. Se extiende uniformemente por toda la casa. Es lo que me tiene mosqueada. Además la peste a meao es insportable ya… -Dije yo-.
- Acha no te emparanoyes, no tiene nada que ver con nosotros – dijo Yoni descojonándose-.

Una mierda que no tenía nada que ver. El puto grito sordo infernal lo hacía la propietaria del traje de vieja que olía a meao, metida dentro del cuerpo de Maruxa, que acaba de matarnos clavándonos en el corazón el cuchillo de cocina. La muy hija de puta empezó a atormentarnos a todos, puteándonos mientras nos rompía cosas de la casa, y utilizando el cuerpo de Maruxa para hacer el maldito ruido, recuerdo que después le borraba de la cabeza cambiándoselo por el recuerdo de escuchar también el ruido como algo externo.  Está temblando de placer, mientras con su dedo moja la sangre de nuestro corazón y hace un bonito mural en la pared. Ha escrito: “A venganza das monxas”.
Tanto hacerles canciones, reírnos de ellas, enseñarles las tetas y la polla, gritarles “Goooordaaa!!” por la ventana, se ha vuelto contra nosotros.
El traje de vieja que huele a meao llegó a nuestra casa hace unos meses metido dentro de una mochila que llevaba en la espalda un chico que se trajo Maruxa  una noche para follárselo, hecho del que no nos acordábamos, como de costumbre. El chico llevaba el traje en la mochila porque su madre acababa de morir y, tras enterrarla, prometió que estaría siempre a su lado, por lo que cogió el traje para tenerla siempre con él. Hacía muchos años que su madre residía en el convento de enfrente de casa; se metió a monja tras perder a su marido, ya que no veía otra solución para su triste y amargada vida. Al morir, vio que sus deseos de venganza, tras tanta humillación y degeneración por parte de los jóvenes  drogadictos que tenía que ver todos los días desde su ventana, podían ser cumplidos, cuando su alma llegó a nuestra casa en la mochila de su hijo.


martes, 5 de noviembre de 2013

Excavaciones arqueológicas y daños colaterales



“-En la segunda estantería hay cajas que contienen restos de la Unidad Estratigráfica 250. Ahí debe estar lo que buscas…
Me dirigí a ella, saqué la caja llena de mierda (cómo se nota que los arqueólogos tenemos un presupuesto de risa) y la abrí. Correspondía a los restos óseos de un  individuo hallados en una tumba de época romana, siglo II, momento en el que ya era frecuente el ritual de inhumación…
-Has tenido suerte, es un cadáver que se conserva bastante…tienes para escoger…
Ella se acercó y con esa cara de guarra acentuada por los ojos saltones que tiene eligió una tibia. Sonrió y me dijo:
-métemelo por donde prefieras. Te dejo elegir.
Así transcurrió la mañana hasta que tenía todos los agujeros del cuerpo cubiertos… el coño, el culo, la boca, los dos orificios de la nariz y las orejas. Le iba sacando un hueso u otro para meterle mi polla dura, estaba cachondo por ver tanta degeneración en un lugar amado para mí, como es un laboratorio de arqueología…. La cogí en brazos para ponerla encima de la mesa tirando todas las muestras de mandíbulas que habíamos sacado de la excavación del verano pasado y la ponía boca arriba para follarle el coño, mientras que le metía y sacaba la tibia por el culo… después boca abajo, para follármela por el culo y restregarle el hueso por el clítoris…”


Son los recuerdos de tiempos anteriores que me venían a la cabeza mientras que daba la clase de Arqueología III a los putos alumnos de tercer curso. ¿Qué nuevas generaciones son estas? La mayoría de mujeres de la clase son gordas, con el pelo grasiento, con papada, se sientan todas juntas y entre clase y clase se leen los malditos libros de arqueología que recomiendo… y lo que más me indigna es esa cara que tienen de no haber follao en su vida… No sé lo que es pero hay algo que idiotiza cada vez más a los universitarios. Miré el reloj, era la hora y salí de clase sin acabar la frase todavía con los recuerdos en la cabeza… Fui a ver si tenía su número. Lo tenía. ¿La llamo? ¿Será el mismo?
La llamé, le dije que era yo y que si quería sentir todo lo duro que pudiera meterle dentro del cuerpo. Se partió el culo y me dijo que por supuesto...
A las tres horas y media la esperaba en el laboratorio. Llamó a la puerta, la dejé pasar, y enseguida empecé a estrujarle las tetas y acariciarle el coño para ponerla cachonda. Esta vez conseguí meterle una tibia y un húmero por el coño. Chillaba de placer.
-¡¡¡Cállate me cago en dios que nos van a oír!!!
                                                      ·       ·       ·

Ahora me parto el culo recordando esas gilipolleces. Me encuentro en la clase de prácticas 2.15, con el grupo B de Arqueología III, que curiosamente son todas esas gorditas vírgenes de pelo grasiento. Bendito plan Bolonia. Nunca pensé que la gilipollez de dividir los grupos para hacer “prácticas” en clase me beneficiaría tanto. Las cajas correspondientes a las Unidades Estratigráficas 143 y 167, procedentes de la excavación de este verano, están esturreadas por el suelo, manchadas de sangre y de flujo… (a ver cómo coño limpio esto… si llego a saber que iban a sangrar tanto las desvirgo antes… aunque no sería lo mismo…) una está encima de la mesa, con la espalda apoyada y las piernas en el aire, dejando su coño lleno de michelines a la vista, mientras que otra le mete la punta del fémur. Sus tetas flácidas se mueven conforme el hueso entra y sale, y la gorda está flipando de gusto. Me está encantando verla sangrar de esa manera, ver cómo el revienta el himen con el hueso polvoriento y asqueroso de ese individuo de la caja de la Unidad Estratigráfica 143. Me encantaba la sangre pero nunca pensé que ver sangrar a esa gorda de mierda mientras me follo a la tercera de las gordas que también sangra me pondría tan cachondo.
-Y yo?
Decía la cuarta de las gordas.
-Tú mastúrbate…tócate el coño y acaríciate las tetas mientras ves disfrutar y sufrir a estas empollonas de mierda. Y ve abriéndole el culo a tu compañera con las falanges que hay encima de la mesa porque de aquí a poco le voy a penetrar con la polla llena de sangre del coño de esta guarra… Métele todas las que puedas.
Al final iba a ser bueno que tuvieran cara de no haber follado en su vida…
En ese momento entró una de las conserjes de la segunda planta porque el vedel de la primera la había mandado a comprobar los aparatos de aire acondicionado de las clases 2.15 y 2.17. Podéis imaginaros la cara de gilipollas que se le quedó. A mí no. Yo ya sabía que eso ocurriría de un momento a otro, al fin y al cabo llevaba demasiados años con la costumbre de meterle huesos de las excavaciones del verano por el cuerpo a las alumnas de cada curso… aunque no había llegado nunca a hacerlo con cuatro a la vez en horario de prácticas en la propia universidad y con la clase abierta  a las diez de la mañana. Decidieron no divulgar nada para no manchar la imagen de la Universidad (siendo como son los medios, a saber qué dirían…no se puede fiar uno de ná) pero a mí me echaron y no pude seguir ejerciendo mis labores de docente, de investigador ni de arqueólogo. Fue un silencio absoluto.
                                                     ·       ·       ·

Dos años después, yazco en el suelo, con el cuerpo totalmente inmóvil por la paliza que una de las gordas me acaba de meter con un bate de beisbol. La cabrona con la cara de empollona que tenía es una psicópata, se ha enterado de donde vivo y ha aguardado en mi jardín para esperar a que yo llegara, colarse en mi casa y meterme una paliza hasta dejarme sin poder mover un solo músculo de mi cuerpo. Han pasado ya varias horas pero todavía tengo grabada en la retina la imagen de esa loca desquiciada, con los ojos abiertos hasta los topes, los mofletes pecosos llenos de la sangre que le saltaba a la cara al darme, hinchada de la adrenalina y el placer que le producía golpearme y gritándome que cómo coño la había hecho  desvirgarse con el fémur de su tío abuelo. Maldita sea. Hace tres meses comenzó la identificación de cadáveres de la fosa común de la Guerra Civil que estuvimos excavando hace cuatro veranos, sacamos  98 cuerpos de fusilados entre diciembre de 1936 y marzo de 1944, cuando se produjo el último fusilamiento, según nos informaban los archivos… ahora se están recabando muestras de ADN a todos los descendientes que quieren identificar a sus familiares. Me cago en dios. Tuvo que ser la maldita Unidad Estratigráfica 143 la que contuviera los restos del tío abuelo de la gorda.
Ahora, en estos momentos cercanos a la muerte, solo puedo esperar a que me llegue la hora. Y es gracioso; casi estoy de acuerdo con los asquerosos fascistas del gobierno y de la oposición que tanto se opusieron a la excavación de fosas comunes.

viernes, 7 de junio de 2013

La paciente número treinta y dos (Morti-destrucción)

Piso quinto, Sala de trato personal.

Día cuarenta
Como profesional de mi ámbito laboral, tiendo a escribir y reflexionar sobre los casos más singulares y macabros que se me presentan. La mayoría de ellos suelen ser mujeres. Siempre he creído que la mujer, por regla, es infinitamente más inteligente que el hombre, por lo que su subconsciente es infinitamente más susceptible a las tendencias psicóticas. Y la inteligencia y la locura no en pocos casos van cogidas de la mano. Es el caso de la paciente número treinta y dos.
La paciente número treinta y dos me tiene fascinado. Jamás he logrado tener conversaciones dotadas de tal profundidad con nadie anteriormente; jamás un paciente ha logrado conducirme a tal grado de reflexión personal sobre la realidad que me rodea, ni siquiera yo mismo lo he logrado, a pesar de mi costumbre de pasar las largas noches frente a mis escritos, esbozando mis pensamientos sobre el papel.
Como profesional de la psiquiatría, nunca había permitido que nada relativo a mis pacientes afectase en mi mundo interior. Escribo sobre ellos, los analizo, pero jamás había permitido que llegaran a atravesar la barrera que separa el ámbito profesional del personal. Pero la paciente número treinta y dos es diferente. En nuestras conversaciones siempre me expresa que necesita encontrar un método mediante el que dar salida a sus pensamientos. Necesita provocar una situación determinada en la que ella misma poder dar rienda suelta a su mente y sacar las conclusiones que necesita. Su vida gira en torno a ello; todos los días me habla de su búsqueda, angustiada y desesperada. También me habla de que a esta supuesta situación que necesita crear, debe contribuir la persona de la que está enamorada.

Día cincuenta y siete
La paciente número treinta y dos comienza a tener brillo en la mirada. Creo que nuestro tratamiento está funcionando; los fármacos que le recetamos combinados con mis sesiones de trato personal están dando resultado. La paciente me habla de que está más cerca de encontrar su felicidad. Que el camino hasta descubrir la situación propicia que tiene idealizada está más cerca.

Día ochenta y uno
Llevo toda la noche sin parar de darle vueltas al tema. La paciente número treinta y dos me cuenta que está inmersa en un proyecto que requiere su total atención e intelecto. Cuando de con la fórmula correcta, me dice, podrá finalizar su camino. Pero ahora tiene dudas. Me cuenta que duda sobre la persona de la que está enamorada. Por una parte tiene a su amor de toda la vida, del que me habla continuamente y quien ocupa un lugar muy importante en su corazón. Por otra parte, me cuenta que está empezando a sentir algo por otro hombre.




Un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. En el ambiente, se entremezclan los os pensamientos de una mujer y sus palabras, que relatan sus movimientos.


“Me di cuenta de que en realidad el concepto de amor como tal no entra dentro de mí. Nunca daría mi vida por nadie, yo no puedo amar a nadie: ningún ser humano puede amar a nadie. Solamente puedo amar el reflejo del amor que veo en una determinada persona. A eso es a lo que yo le llamo querer. Me amo a mi misma, amo mi bienestar, y jamás me lo has proporcionado...Hasta ahora.

Continuando mi tortura, introduje la aguja de veintidós centímetros en el lado izquierdo de tu párpado, deslizándola suavemente hasta alcanzar el otro párpado, quedando estos unidos. Intentaba, cada vez que llevaba a cabo un paso más de mi tortura, encontrar un argumento, una reflexión que lo acompañase. Era el método que llevaba toda la vida buscando, la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. Necesitaba que la reflexión me llevara a la conclusión, como todos los humanos necesitamos el aire. Y he comprobado que la tortura y la reflexión van unidas irremediablemente para mí.
Era lo que yo consideraba que me diferenciaba del resto de personas amantes del dolor; lo mío era un acto poético, casi teatral, con una introducción, un nudo y un desenlace, de manera que conforme desarrollaba mis torturas, iba paralelamente desarrollando una serie de reflexiones que enriquecían mi espíritu.
No hay por qué ser vulgar para esto. No es placer por placer solamente; tiene un trasfondo.

“Mi falta de sensibilidad no es producto de las carencias que he ido desarrollando a lo largo de mi juventud, simplemente porque en realidad nunca he poseído más que carencias. Debería haberle contestado esto mismo al psiquiatra. El psiquiatra… creo que me estoy enamorando de él. O de su reflejo. O de la visión de la vida que mi cabeza me ofrece cuando está frente a mí. Pero ahora debo ocuparme de ti.”

La aguja había quedado más corta de lo que pensaba, así que para solucionarlo utilicé otras dos, atravesando ahora las comisuras de sus preciosos labios, quedando como resultado un bonito dibujo de intersección de agujas en su rostro. Le miré con ternura.
Por fin me había tomado al pie de la letra la frase “si emociona pensarlo, imagínate hacerlo”. Sí, la tortura es una deliciosa y fascinante idea que desde pequeñita me rondaba la cabeza a todas horas. En concreto me fascina China por ello: no son torturadores comunes y vulgares. Son poéticos y armoniosos, como yo. La tortura china de la gota de agua me fascina: el individuo, tumbado boca arriba, tiene que soportar que le caiga una gota de agua en la frente cada pocos segundos, que a la larga provoca en su piel cierto deterioro. El verdadero daño viene desde dentro de su propio cerebro: esta repetición interrumpida de dicha acción le hace finalmente ser víctima de un paro cardiaco.

“He necesitado años para idear cuál serían los ingredientes de la perfecta para ti, pero ha merecido la pena. Lo que faltaba para consumar nuestro cariño era esto. Deseaba, quería con todas mis fuerzas arrebatarte la vida. Ibas a perderla de todas maneras, pero sin mí jamás hubieras sido protagonista de algo tan maravilloso. Te quería tanto que necesitaba hacerlo. Y has sido el primero, el primero de una lista que quizás se alargue. Dentro de unos minutos pondré en práctica la frase que tanto me gustaba: “me masturbé mientras pensaba que te estrangulaba”.

Tras dejar atrás estos pensamientos, me levanté y me dirigí hacia la salida de la habitación. Necesitaba más dosis, sino, los músculos de tu cuerpo cobrarían movimiento de nuevo.
Tortura y química eran para mí dos conceptos inseparables. No me consideraba una experta en lo segundo, pero hacía pocos meses que había alcanzado mi punto más alto. Había sido un largo camino; llevaba años dándole vueltas, día y noche. Una tortura no sería satisfactoria para mí, si mi víctima no era inmovilizada, pero a su vez consciente. Es reacción química fue lo que me dio el cielo: “inmovilización total de los músculos del individuo durante una duración aproximada de treinta minutos unida a una amplificación de los sentidos estimada en un doscientos por cien”. ¿De qué serviría mi tortura si mi amada víctima no era doblemente consciente de mis actos?
Tras adquirir otra dosis de este líquido de color lila intenso, volví dando saltitos a mi habitación de torturas. Encontré su cuerpo sacudido por espasmos repetitivos y cubierto de vómito.

“Qué detalle por tu parte, avisarme de manera tan bonita de que tu cuerpo necesita otra dosis…”

Estoy segura de que cada vez más, mis torturas serán una motivación para mí, ayudándome a superarme a mi misma en numerosos aspectos. Me refiero a que, por ejemplo, nunca me ha gustado ni llamado la atención el tema de inyectar. Me encanta clavar agujas, atravesar la carne, pero no introducirlas en una vena. Pero este acto era necesario para que mi preciada reacción química fluyera por su sangre, recorriendo su cuerpo, de cabeza a pies….

“Artísticamente hablando, simplemente es una forma más de arte. Jamás pensé que podría darme tanto placer algo físico; siempre me he sentido extraña por ello. Me maravilla jugar con mi mente, excitarme con mis pensamientos, pero lo que la vista haya podido proporcionarme, sexualmente hablando, jamás me ha atraído. Y ahora, te lo juro amor, ahora me atraes más que nunca”.

Acabé mi obra de arte de intersección de las agujas y, tras mirarle durante un rato, mordiéndome el labio inconscientemente y jugando con mi lengua, debatí conmigo misma el siguiente paso. Me decidí por algo tradicional, pero que siempre me ha parecido exquisito: los cortes y el limón. Me giré para coger el cuchillo. Puse mi mano izquierda sobre tu cabeza, acariciándote la frente, con cuidado de no mover las agujas.

“Jamás el contacto de mi piel con la tuya ha sido tan increíble”

Comencé por la cara. Fui haciéndole cortes pequeñitos, bajando por el cuello, siguiendo por su pecho. Pero, en un descuido, el cuchillo se me fue e hice un corte profundo.

“Mierda… cada método de tortura tiene su justa medida y debo respetarlo. Si no, ¿en qué coño me estoy convirtiendo?”

Limpié el exceso de sangre y continué con los cortes. Al llegar a la polla sentí que mis impulsos estaban a punto de ganarme la batalla, por mi cabeza sólo transcurrían imágenes de la mitad de su polla cortada dentro de mi boca mientras que me masturbaba. Pero entonces sólo disfrutaría una vez. Yo quería tener su cadáver entero, para mi completo deleite. No sabía cuántos días mi apetito sexual iba a demandarlo.
La aplicación del limón es bastante más delicada que hacer los cortes, pero me estaba excitando demasiado y no podía aguantar más.

“Ahora te toca a ti disfrutar, cariño. Sé lo que te gusta mi cuerpo. Sé que te encanta cuando te pongo el coño cerca de la cara, para que puedas olerlo, pero sin tocarlo, ni siquiera con la punta de la lengua. Sé que te encanta que me apriete y me estruje las tetas mientras me excito y disfruto”

Me quité la ropa rápidamente, ya que mi cabeza solo pensaba en lo mismo. Los cortes con limón supuraban mientras las agujas permanecían inmóviles en su rostro. Me situé muy cerca, casi rozando con mi coño la punta de una de ellas. Alargué mi mano y comencé a masturbarme.

“Ahora sí puedo dejarme llevar por mis impulsos, puedo exteriorizar todo el placer reprimido que llevo tantos años ocultándote, amor”

Una ola de placer se extendía desde mi clítoris hasta todas las zonas de mi cuerpo. Comencé a lamer los cortes, sin quitarle el coño de la cara, mientras me apretaba las tetas y gritaba. Gritaba más de lo que había gritado nunca, y esto estaba yendo más rápido de lo que yo pensaba…

“Cuántas veces he soñado con estrangularte…”

Me corrí y, empujando con cada mano dos de las agujas de cada lado, acabé la intersección y tu cara se reventó mientras mi cuerpo estaba en éxtasis.

Después de veinte segundos, abrí los ojos. Es la sensación que llevaba buscando toda la vida. Mi enferma y degenerada cabeza llevaba indicándome el camino desde hacía ya mucho tiempo. La reflexión me lleva a la tortura, y la tortura me lleva al placer. Pero siempre debe contribuir a la situación propicia una persona de la que yo esté enamorada. Y era hora de dejar de negar mi amor hacia la persona que todas las tardes escucha mis palabras obsesivas sobre encontrar la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos.





Piso quinto; una mujer camina apresuradamente por el pasillo dirección a la sala de trato personal.

Es perfecto. Perfecto. No sé cómo no me había percatado antes. El destino me lo estaba indicando. Aquí tengo todos los utensilios necesarios para llevar a cabo las acciones que me conduzcan a la situación propicia para dejar fluir mis pensamientos. La única pieza que falta para completar mi puzzle es esto en lo que llevo trabajando varios meses, que cabe en el diminuto bolsillo de mi pantalón.

- Buenas tardes, paciente número treinta y dos.

Lo miré apremiantemente sin decir palabra.

- Sabes las reglas. Te ruego que, como habitualmente, vacíes tus bolsillos y deposites el contenido encima de esta camilla.

Me di la vuelta con el pretexto de buscar en mis bolsillos. En el bolsillo izquierdo llevaba la jeringuilla, en el bolsillo derecho, mi precioso líquido lila intenso dentro de un botecito. Respiré hondo, preparé la jeringuilla y, mientras me giraba hacia él, le dije:

-Doctor, estoy enamorada de usted.